LA ESTATUA DE UN ADIÓS
Tembló la
fiebre de mis brazos al sentir
el delicado
contacto de tu piel,
y quise
sujetarme los labios sosteniendo
un silencio
que drenase toda la sangre apasionada
que
derramarían mis palabras sobre aquel instante
como una
lluvia de verano, tenue y agradable.
Quise ser la
estatua que aparento, cincelando
cada gesto
de mi rostro, acallando esta sed
de guerra
que guarda mi pecho sobre el frío mármol
en el que
reposaba tu rostro, aguardando el auxilio
de mis
caricias en tu estado más vulnerable.
Sin embargo,
sólo pude dejarte ir
aun cuando
todavía, hoy,
te amo
tanto.
Autor: José Sánchez Llamas
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