LA
ESCALERA DEL MIEDO
Sentado
en lo alto de una sombría escalera, tuve la extraña sensación curiosa de
enfrentarme al miedo y lentamente me puse en pie, preparando mi cuerpo para
combatir cualquier temor venidero, y comencé a descender, sin prisa, un escalón
y otro, cada vez que mis pies se asentaban en el siguiente se hacía todo más
oscuro, desvaneciéndose, poco a poco, la luz del cuarto que sobresalía por mi
espalda.
Aquella
escalera fue como un descenso a los abismos más profundos
de mi alma,
donde quedan guardadas todas aquellas cosas que atormentan la piel, donde ya
queda abandonada cualquier esperanza. El temor a desconocido comenzaba a
aflorar y supuraba miedo en heridas ya olvidadas. Ya no era ese guerrero que se
enfrenta a una extraña tiniebla. Me había convertido en el cobarde que busca
encontrar el valor cuando ya no queda nada por lo que luchar.
Continué descendiendo, sin
visibilidad alguna, arriesgándome a sufrir una caída hacia la profundidad de
esa nada que había cegado mis pasos. Así es que cuando perdí la vista intenté
agudizar el oído como guía de mi camino y sólo pude escuchar el rugido de mi
silencio. Entonces, mis pensamientos comenzaron a hablarme, titubeantes, a
pedirme que retrocediera a la estable tranquilidad del cuarto de arriba, mi
mente comenzó a arrojar razones por las cuales poder demostrarme lo absurdo de
aquel experimento, pero aún hoy, desconozco que parte de mí siguió avanzando y
desoyendo los avisos de mi cabeza. A
continuación, al ver que la voz de mis pensamientos era inútil, mi cerebro
comenzó a mandar otro tipo de señales. En este caso, corporales, pues comenzó
una pierna a temblar cada vez que intentaba descender al siguiente escalón,
cuando finalmente se aposaba sobre el suelo, la otra comenzaba con su
temblorosa reacción en el trayecto dubitativo de un punto de apoyo a otro.
Cuando ese timorato espasmo de mis
piernas se expandió entre frío sudor por mi todo mi cuerpo comencé,
verdaderamente, a tener dudas sobre la estupidez que estaba realizando, pero
continué avanzando lentamente, perdiendo toda noción de tiempo absorbido por
aquella oscuridad. Quise continuar descendiendo, pero había llegado al fondo
todo el suelo se volvió estable para mi mente, dejando atrás los pensamientos
de inestabilidad y el temor de una caída. Había llegado al final de mi camino y
había vencido al miedo. Entonces, me giré y a lo lejos pude ver la luz del
cuarto de arriba sobresaliendo por debajo de la puerta. Ésa sería la que guiaría
mis pasos para volver y retomar esa estable tranquilidad y quietud que tenemos
las personas cuando no estamos expuestos a la amenaza de aquello que
desconocemos y tememos.
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