A MIL INCENDIOS DE SU CAMA
Se pasó gran parte de
su soledad soñando
con alguien que
despertara el letargo
de sus labios y los
obligase a huir
del destierro de otra
boca, pero
el príncipe perfecto nunca
llegaba,
ni si quiera cuando la
literatura de su piel
ya no escribía
afilados versos de suicidio.
Entonces, siguió consumiendo
madrugadas
como una adicta al
delirio mágico de devorar fantasías,
sin saber que a mil
incendios de su cama
alguien la inventaba
entre suspiros de un amor imposible.