FUGITIVOS DE LA INOCENCIA PERDIDA
Fugitivos de la
inocencia perdida nos entregamos
al pecado capital más
carnal y humano,
y en manos de nuestra
lujuria olvidamos nuestra ropa
colgada del reloj en
el que el tiempo guarda sus horas.
Atrapados en esta
sinestesia de deseo
liberamos de su
cautiverio nuestra fantasía
más recóndita,
elaborada y precisa,
siendo dos marionetas
que juegan descubrirse
en manos el uno del
otro.
Y nos dejamos
llevar...
Dejé que mi aliento
fuese una caricia de arena caliente
sobre el desierto de
tu espalda desnuda,
mientras mis dedos se
deslizaban por tu cuerpo
como una puesta de
sol en el horizonte.
Quise memorizarte, así,
temblorosa, receptiva
y caliente...
Mis labios
aterrizaron sobre tu boca
en un éxtasis de
besos, saliva y locura,
mordiendo mis labios
comprendí tu juego,
y jugamos...
Sin más prisa que más
sumisa de las leyes
al recreo travieso de
sentirnos en cada latido,
en cada respiración,
gemido, suspiro y silencio,
en cada mirada,
gesto, caricia y pausa.
Desnudos ante el
mundo del otro contemplamos
la perfecta belleza
natural que nos cubría,
y nos hacía tan
irresistibles, vulnerables y frágiles
ante el instinto de
nuestro voraz apetito.
Así, fuimos devorando
cada uno de los sentidos
hasta saciar su sed,
desgastando nuestro tacto
sobre nuestra piel de
tanto frotarnos,
en un escurridizo y
sudoroso deleite de nuestro ser.
Sin tregua a la
imaginación volvimos a tachar de nuestra lista
la siguiente fantasía
de una inagotable lista prohibida
que guardamos en el
secreto de nuestro silencio
hasta quedar
exhaustos de placer y gozo,
sin fuerzas para
continuar, pero con las ganas de repetir
nuestro próximo
encuentro.
Autor: José Sánchez Llamas.