TODA NUESTRA FORTUNA
Nacemos siendo
inmensamente ricos, pero por favor, no se confundan. No me refiero a riqueza
material, me refiero a riqueza emocional. Pues en el inicio de nuestra vida
derrochamos sonrisas, malgastamos lágrimas, despilfarramos abrazos, prodigamos
besos… y lo hacemos sin ser prácticamente consientes del valor que dichos dones
tienen, pero supongo que dicho valor es la propia la que se lo impone.
Una vez escuché
que: “hasta cumplir los cuarenta todo son sumas y una vez los cumples todo son
restas”, en parte, creo que es bastante cierto ese dicho. En el momento en el
que escribo esto tengo 43 años y, francamente, no sé cuanta de esta riqueza emocional
me queda, porque con la edad nos volvemos más selectivos a la hora de compartir
nuestra fortuna. Por el camino vamos perdiendo abrazos, silenciando sonrisas,
conteniendo besos, aguantado lágrimas, y todo lo hacemos porque reservamos esos
regalos para aquellas personas que creemos merecedoras de nuestro afecto.
Sinceramente,
no sé cuántos abrazos me quedan, ni cuantas sonrisas, lágrimas o besos pero
quiero entregarte este legado, porque si tengo que llorar me gustaría que fuese
de felicidad, si tengo que reír me encantaría hacerlo a carcajadas desafiando
cualquier tristeza, si he de abrazar a alguien quiero abrazarme a la vida que
me quede para vivirla lo más dignamente posible y si, por último, he de besar elegiré
besar a la muerte cuando venga a por mí para regalarle el último presente de mi
fortuna.
Autor: José Sánchez Llamas.