EXPLOSIÓN ERÓGENA
Vacié lentamente los
besos de mi boca
sobre su piel desnuda
componiendo un poema
erógeno
que avivó el deseo de
descubrirnos,
y así fue, como me
aventuré
en su íntima fantasía
pervertida,
aquella que nadie
jamás intentó,
aquella que, ella, me
mostró,
sólo para mí, tan
prohibida
como emocionantemente
excitante.
No necesité más
sugestión para aquella invitación,
pues, su cuerpo era
un laberinto imperfectamente perfecto
para complacer al
placer de nuestro instinto,
para saciar la
lujuriosa sed que nos devoraba,
tácitamente, con cada
mirada.
Todavía, puedo sentir
su respiración entrecortada
en mi cuello
deslizándose suavemente,
dejando las huellas
de su aliento
como si fuese
tatuando lánguidamente
la piel que,
posteriormente, mordería, mansamente
sumisa como muestra
de su total entrega a mí.
Dominé todo su juego
mientras nos besábamos,
y mis manos se
convirtieron en una tempestad de caricias
hasta lubricar mis
dedos para ser la llave maestra
que liberaba todo ese
torrente, de pasión desatada,
que aprisionaba mis falanges
cuando fabricaban
secretas danzas para
intentar llevarla al delirio.
Mis labios probaron
el vedado sabor
que retenía en clausura
toda aquella libertad.
Fue entonces, cuando nos
desnudamos,
verdaderamente, las
almas y fuimos aquello
que sólo nosotros
conocíamos,
ese lado oscuro tan
lleno de luz
que solemos visitar
en la soledad ansiosa de calentura.
Su pecho comenzó a
reflejar la naturaleza animal
de su lado más
natural, y mis dientes comenzaron
a acariciar aquella
hermosa realidad
dejando un cálido
rastro de aliento que mecía
la ruta de mi lengua
ante aquella claridad.
Así, fui descendiendo
en aquella travesía
alborotadamente
confusa para los sentidos,
y volví a probar el
néctar de su exaltación,
intuitivamente
sublime, mi boca y mis dedos
aprendieron el camino
de su éxtasis.
Afinando el gusto por
el morbo
recogí su sumiso
papel, por un instante,
y dejé que mi cuerpo
fuera la silla de su cuerpo
mientras encadenaba
mi cabeza a su pecho,
y sus caderas se
balanceaban al compás
de una melodía de
gemidos.
Luego, volví a
dominar el juego y la pared
fue el lecho de su
sudorosa espalda
mientras arremetía
toda la furia
que saturaban mis
venas,
y cometía la
travesura de controlar el ritmo
hasta logar que ambos
lográsemos
el regalo de un final
perfecto.
Vacié lentamente los besos de mi boca
ResponderEliminarsobre su piel desnuda
componiendo un poema erógeno
que avivó el deseo de descubrirnos