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lunes, 5 de diciembre de 2016

EXPLOSIÓN ERÓGENA

EXPLOSIÓN ERÓGENA

Vacié lentamente los besos de mi boca
sobre su piel desnuda
componiendo un poema erógeno
que avivó el deseo de descubrirnos,
y así fue, como me aventuré
en su íntima fantasía pervertida,
aquella que nadie jamás intentó,
aquella que, ella, me mostró,
sólo para mí, tan prohibida
como emocionantemente excitante.
No necesité más sugestión para aquella invitación,
pues, su cuerpo era un laberinto imperfectamente perfecto
para complacer al placer de nuestro instinto,
para saciar la lujuriosa sed que nos devoraba,
tácitamente, con cada mirada.
Todavía, puedo sentir su respiración entrecortada
en mi cuello deslizándose suavemente,
dejando las huellas de su aliento
como si fuese tatuando lánguidamente
la piel que, posteriormente, mordería, mansamente
sumisa como muestra de su total entrega a mí.
Dominé todo su juego mientras nos besábamos,
y mis manos se convirtieron en una tempestad de caricias
hasta lubricar mis dedos para ser la llave maestra
que liberaba todo ese torrente, de pasión desatada,
que aprisionaba mis falanges cuando fabricaban
secretas danzas para intentar llevarla al delirio.
Mis labios probaron el vedado sabor
que retenía en clausura toda aquella libertad.
Fue entonces, cuando nos desnudamos,
verdaderamente, las almas y fuimos aquello
que sólo nosotros conocíamos,
ese lado oscuro tan lleno de luz
que solemos visitar en la soledad ansiosa de calentura.
Su pecho comenzó a reflejar la naturaleza animal
de su lado más natural, y mis dientes comenzaron
a acariciar aquella hermosa realidad
dejando un cálido rastro de aliento que mecía
la ruta de mi lengua ante aquella claridad.
Así, fui descendiendo en aquella travesía
alborotadamente confusa para los sentidos,
y volví a probar el néctar de su exaltación,
intuitivamente sublime, mi boca y mis dedos
aprendieron el camino de su éxtasis.
Afinando el gusto por el morbo
recogí su sumiso papel, por un instante,
y dejé que mi cuerpo fuera la silla de su cuerpo
mientras encadenaba mi cabeza a su pecho,
y sus caderas se balanceaban al compás
de una melodía de gemidos.
Luego, volví a dominar el juego y la pared
fue el lecho de su sudorosa espalda
mientras arremetía toda la furia
que saturaban mis venas,
y cometía la travesura de controlar el ritmo
hasta logar que ambos lográsemos
el regalo de un final perfecto.


 Autor: José Sánchez Llamas.

1 comentario:

  1. Vacié lentamente los besos de mi boca
    sobre su piel desnuda
    componiendo un poema erógeno
    que avivó el deseo de descubrirnos

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